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25/09/2007

Repensar Catalunya

Joaquim Nadal i Farreras, conseller de Política Territorial i Obres Públiques, analitza en un article a La Vanguardia els nous reptes que ha d’assolir el catalanisme del segle XXI. Per fer-ho, Nadal cita el llibre Catalunya. Catalanisme i socialisme, editat l’any 2003 per la Fundació Rafael Campalans.REPENSAR CATALUNYA



JOAQUIM NADAL I FARRERAS - El revuelo que se ha armado en torno a la propuesta de Artur Mas de refundación del catalanismo es como mucho una tormenta en un vaso de agua. No aporta nada nuevo e incurre una vez más en los mismos errores reiterados repetidamente por el propio Mas cada vez que ha decidido algún movimiento. La agitación táctica y la apropiación excluyente de los temas anula cualquier credibilidad a la iniciativa.

Nos hallamos ante un remedo del movimiento táctico que Mas ya orquestó hace tiempo con el tema del nuevo Estatut y su conferencia de octubre del 2002.

El calco es evidente. Ante la progresiva pérdida de protagonismo se caldea el ambiente con un preanuncio tan solemne como inconcreto y vacío. Se vive de las expectativas creadas en un crescendo espumoso que se disipa de inmediato una vez alcanzado el clímax de la comparecencia pública con la propuesta articulada.

El regate corto, el cálculo inmediatista, la definición de un movimiento interesado orientado a la obtención de oxígeno político, no son el marco adecuado para los grandes planteamientos de regeneración de la política y de los espacios. La apropiación partidista de los temas, ya sea el Estatut o el catalanismo, demuestra también que el propósito del proponente no alcanza al núcleo del problema.

El error consiste en intentar ampliar artificialmente desde el supuesto unitarismo del denominador común el propio espacio político. No se trata tanto, pues, de refundar el catalanismo como de intentar situar a CiU en la escena política con unas posibilidades que ahora no tiene. La transversalidad del catalanismo, confirmada durante décadas, en contextos políticos muy variados y algunos muy difíciles sería ahora sustituida por un espacio común amparado en los postulados partidarios.

Es precisamente la fórmula que Catalunya no necesita. El reduccionismo sería el peor remedio para una supuesta enfermedad social y política. En los términos que propone Mas no hay refundación posible.

El catalanismo necesita más ideas, más libertad, más transversalidad, mayor impulso, sin duda. Pero el punto de partida ya no puede ser el de la mirada corta que nace de la apropiación y el tacticismo. Debe nacer de un análisis riguroso y profundo de la nueva realidad de la Catalunya del siglo XXI. Nuevos cambios, otros retos. Las viejas fórmulas ya no sirven.

Debemos afrontar una situación nueva. Tan diferente que el nuevo catalanismo transversal y plural deberá construirse sobre nuevas bases que respondan a los nuevos retos de una Catalunya que necesita orientar su futuro. Recuperar el liderazgo, la ambición, la confianza, el orgullo, la autoestima, el optimismo.

Debemos constatar, en primer lugar, que pasados treinta años del nuevo modelo constitucional España ha cambiado mucho. Tanto que hoy podríamos dar ya por superado el antiguo dualismo que con tanto acierto caracterizó hace ya muchas décadas Nicolás Sánchez Albornoz. Tanto que los términos de las relaciones entre Catalunya y España deben cambiar y ya no pueden basarse en la presunta voluntad de regenerar España desde Catalunya.

En segundo lugar conviene destacar que en la nueva realidad española la presencia de diversos ámbitos territoriales, motores de la economía y de la modernización, cambia el sentido del papel de la economía catalana e incluso de la política catalana en relación con la política española.

En tercer lugar es obvio que Catalunya ha cambiado mucho. Tanto que en términos demográficos, sociales, económicos y culturales nos conviene repensar a fondo nuestra propia realidad. Por primera vez es posible que debamos empezar por nosotros mismos, para saber a ciencia cierta qué esperan el conjunto de los ciudadanos de Catalunya. Incluso qué piensan, qué les emociona, qué les mueve.

Nos conviene abordar, con valentía, si en los tiempos más recientes y, por ejemplo, en términos de adhesión cultural o televisiva, ha variado de forma muy consolidada hacia una nueva dualidad en nuestra sociedad. Si se confirmara, probablemente nos convendría un debate mucho más a fondo que el que se nos propone. Para preguntarnos sin temor cuáles son los hábitos de consumo, las preferencias de nuevas generaciones de catalanes, formados en catalán, y cuáles los límites de un mercado que podría ser y debería ser, naturalmente, mucho más amplio. Porque la raíz del nuevo catalanismo deberá construirse contando con esta nueva realidad, entendida y planteada en su conjunto.

Por otra parte, cada vez es más evidente que hoy la solidaridad interterritorial y las dinámicas propias de cada territorio han superado ya todo atisbo del agravio comparativo que en el pasado lastró las relaciones entre Catalunya y España. En este caso hoy es más evidente que nunca que la superación de los déficits históricos acumulados debería ser abordada con absoluta normalidad y sin ningún histrionismo anticatalán. Y sin sucumbir a los embates de los que ampararían una actitud política del Estado reticente, huraña e injusta para Catalunya.

Si, en términos presupuestarios y en términos estatutarios, se empieza a notar una respuesta concreta y pragmática a los problemas de cada día. Si se percibe una causalidad concreta entre el marco político y la respuesta política a la dinámica de la cotidianidad, si se establece una clara relación entre el Estatuto y los servicios públicos, parece evidente que el camino del catalanismo deberá abordar nuevas vías, nuevas ideas, incluso ideales nuevos. Tan nuevos que nos deberían permitir dar por sentado que hemos dejado atrás los viejos problemas que nos han mantenido atascados durante más de un siglo. Dejar atrás los agravios, con el propósito sincero de darlos por superados, y pensar más libremente nuestro horizonte: nuestro modelo, nuestra ambición, nuestra lengua, nuestra cultura, nuestra modernización económica y tecnológica, la expresión nacional de un nuevo proyecto.

El nuevo catalanismo es una apuesta de futuro. Una apuesta a la que, de momento, no parecen capaces de dar respuesta aquellos que precisamente dejaron larvados algunos de los problemas antiguos que hoy persisten.

Hace cuatro años planteé en las conclusiones de mi libro Catalunya. Catalanisme i socialisme (Barcelona, Fundació Rafael Campalans, 2003), la necesidad de la refundación del catalanismo. Advertía de los problemas que habíamos heredado de los "nuevos refundadores" de ahora, y orientaba el debate hacia unos temas y un espacio que eludía cualquier apropiación y cualquier tacticismo e intentaba abrir en canal nuestro propio ensimismamiento. Para salir de la melancolía, del pesimismo, del victimismo. Para mirar el futuro con una nueva ambición catalanista. De un catalanismo en el alma y en el corazón de la inmensa mayoría de los ciudadanos y también de la inmensa mayoría de los partidos políticos.

 

 

 

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